EL
UNA VEZ EN LA VIDA DEL SANTACRUCISTA
Dicen que uno es de donde
tenga el corazón y sin pensarlo tanto me siento más Santacrucista que cualquiera. No diré que el
colegio resultó ser la etapa más dura ya que para nada se compara con la vida
que en este momento llevo y empiezo. Al intentar recorrer nostalgias es difícil
no quedarse atrapado en la mejor época de la vida.
Un amor en cuatro paredes
que nació en un salón de clases, un
mundo que jamás me hizo sentir a la deriva, lejos de ser una cárcel y tener
verdugos, conocimos personas que nos ayudan a romper con lo establecido y
definir con libertad quienes somos. Más que maestros amigos seres extraordinarios que dan todo de sí para educar, dirigir, enseñar,
aconsejar, sobrellevar y amar a hijos
que no son de su propia carne pero sin duda alguna si de su corazón.
Sé que quizá suceda o estoy
más que seguro que dejes volar tu memoria y estas palabras entren en tu pecho,
te desgarren el alma mientras vuelves a recorrer los míticos pasillos que
anduvimos juntos en diferentes fechas, pero puedo apostar que la esencia misma el olor de aquellos días son comparables a
los del nirvana sin preocupaciones, llenos de inocencia que solo la niñez
regala y no como ahora que todo nos pasa cuentas de cobro.
Mirar atrás es doloroso,
pero cuando los recuerdos habitan nuevamente en el colegio no quisieran salir
de allí. El colegio Parroquial es legendario desearía poder extenderme interminablemente en hojas
contando cada experiencia de miles de Santacrucistas que saben el significado
de este lugar.
muchos preferimos el sabor
de la pasión y adoptamos situaciones propias convertidas en la razón de vivir, quemar nuestras manos al
driblar el balón o al tocar las cuerdas en la guitarra, no sentir nuestros pies
al patear, marchar o baliar, practicar horas enteras teniendo presente el mismo objetivo, una sola intención dejar
en alto al Santacruz, nada se compara a
los aplausos después de una mágica presentación o la dicha que genera un
movimiento nuevo, hacer el pase que termino en gol o la rotación que acabo en
cesto, situaciones únicas e indescriptibles que solo pudo brindar el colegio.
la dicha de hacer evaluaciones en pareja, aquel compañero que más bien es tu
mano derecha, exposiciones en grupo que por ley terminaban en la reunión
casera obligatoria que incluía comida y
mucha alegría; el colegio nos da, un o una mejor amiga para siempre, ya que era
tu otro yo aunque terminaban siendo completamente diferentes de eso se trataba,
Hay cosas en común…
Recuerdo bien los días de
sudadera, los amigos y las lúdicas más que a nada, por supuesto los concejos de
templanza y realismo, que un grupo de sabias personas solían darnos mientras
afuera calentaba el sol, de mi alma brotan frases sentidas, anécdotas llenas de
malicia inocente que no busca dañar a nadie… situaciones propias y duraderas
que supieron cruzar líneas angostas de tiempo que no permitían intermedios. Aún
me preguntan por que el honor, el orgullo y el amor hacia esta institución...
El colegio parroquial no forma personas vacías, tampoco máquinas, siempre
termina educando corazones llenos de respeto, honestidad, humildad y temor de
Dios; el colegio no sólo es la base de conocimientos basicos aunque importantes
en el diario vivir, es una de las experiencias con amigos que más se acerca a
la perfección donde la mayor preocupación fue ahorrar algunos billetes ya que
siempre estaba en marcha un gran plan.
Momentos vividos, llenos de
anécdotas que pasan una vez en la vida no hay espacio para otro que venga
cargado con el sentimiento y la emoción que se le imprime a algo tan mágico y
tempranero...
Sucedió así, de la manera
más hermosa y experimental sin ensayos, ni cortes... Al tomar un sorbo de café
sé, que esta historia fugaz fue el una vez en la vida que debí vivir.
Autores:
Laura Ibañez ,Prom 2012
Duvan Garcia, Prom 2014