lunes, 13 de junio de 2016

EL UNA VEZ EN LA VIDA DEL SANTACRUCISTA

Dicen que uno es de donde tenga el corazón y sin pensarlo tanto me siento más  Santacrucista que cualquiera. No diré que el colegio resultó ser la etapa más dura ya que para nada se compara con la vida que en este momento llevo y empiezo. Al intentar recorrer nostalgias es difícil no quedarse atrapado en la mejor época de la vida.  
Un amor en cuatro paredes que nació  en un salón de clases, un mundo que jamás me hizo sentir a la deriva, lejos de ser una cárcel y tener verdugos, conocimos personas que nos ayudan a romper con lo establecido y definir con libertad quienes somos. Más que maestros amigos seres  extraordinarios que dan  todo de sí para educar, dirigir, enseñar, aconsejar, sobrellevar y  amar a hijos que no son de su propia carne pero sin duda alguna  si de su corazón.

Sé que quizá suceda o estoy más que seguro que dejes volar tu memoria y estas palabras entren en tu pecho, te desgarren el alma mientras vuelves a recorrer los míticos pasillos que anduvimos juntos en diferentes fechas, pero puedo apostar  que la esencia misma  el olor de aquellos días son comparables a los del nirvana sin preocupaciones, llenos de inocencia que solo la niñez regala y no como ahora que todo nos pasa cuentas de cobro. 
Mirar atrás es doloroso, pero cuando los recuerdos habitan nuevamente en el colegio no quisieran salir de allí. El colegio Parroquial es legendario desearía  poder extenderme interminablemente en hojas contando cada experiencia de miles de Santacrucistas que saben el significado de este lugar.
muchos preferimos el sabor de la pasión y adoptamos situaciones propias convertidas en  la razón de vivir, quemar nuestras manos al driblar el balón o al tocar las cuerdas en la guitarra, no sentir nuestros pies al patear, marchar o baliar, practicar horas enteras teniendo presente  el mismo objetivo, una sola intención dejar en alto al Santacruz, nada  se compara a los aplausos después de una mágica presentación o la dicha que genera un movimiento nuevo, hacer el pase que termino en gol o la rotación que acabo en cesto, situaciones únicas e indescriptibles que solo pudo brindar el colegio. la dicha de hacer evaluaciones en pareja, aquel compañero que más bien es tu mano derecha, exposiciones en grupo que por ley terminaban en la reunión casera  obligatoria que incluía comida y mucha alegría; el colegio nos da, un o una mejor amiga para siempre, ya que era tu otro yo aunque terminaban siendo completamente diferentes de eso se trataba, Hay cosas en común…
Recuerdo bien los días de sudadera, los amigos y las lúdicas más que a nada, por supuesto los concejos de templanza y realismo, que un grupo de sabias personas solían darnos mientras afuera calentaba el sol, de mi alma brotan frases sentidas, anécdotas llenas de malicia inocente que no busca dañar a nadie… situaciones propias y duraderas que supieron cruzar líneas angostas de tiempo que no permitían intermedios. Aún me preguntan por que el honor, el orgullo y el amor hacia esta institución... El colegio parroquial no forma personas vacías, tampoco máquinas, siempre termina educando corazones llenos de respeto, honestidad, humildad y temor de Dios; el colegio no sólo es la base de conocimientos basicos aunque importantes en el diario vivir, es una de las experiencias con amigos que más se acerca a la perfección donde la mayor preocupación fue ahorrar algunos billetes ya que siempre estaba en marcha un gran plan.
Momentos vividos, llenos de anécdotas que pasan una vez en la vida no hay espacio para otro que venga cargado con el sentimiento y la emoción que se le imprime a algo tan mágico y tempranero...
Sucedió así, de la manera más hermosa y experimental sin ensayos, ni cortes... Al tomar un sorbo de café sé, que esta historia fugaz fue el una vez en la vida que debí vivir.
                                                                                Autores: Laura Ibañez ,Prom 2012
                                                                                               Duvan Garcia, Prom 2014


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